La Times Higher Education (THE), empresa inglesa dedicada a procesar data sobre estudios superiores en el mundo, publicó recientemente el Latin America University Rankings, lista en la que incluye a las 150 mejores universidades de la región pertenecientes a 12 países distintos.

Según indica en su sitio web, la clasificación se realizó a partir de 13 indicadores, entre los que se cuentan la excelencia en la enseñanza; las citas utilizadas, para demostrar la influencia de las instituciones; la investigación (volumen, resultados y reputación); la perspectiva internacional (personal local e internacional, estudiantes nacionales e internacionales, la investigación a través de colaboración internacional); y la transferencia de conocimiento.

Cada uno de estos indicadores cuenta con sus respectivas subcategorías. La empresa THE, vinculada en sus inicios al diario The Times of London, coloca a las mejores universidades latinoamericanas en el siguiente orden de clasificación: la Pontificia Universidad Católica de Chile, en primer lugar; la Universidade de São Paulo, en segundo lugar; la Universidade de Campinas, en tercer lugar; la Pontificia Universidade Católica do Rio de Janeiro, en cuarto; y, finalmente, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey de México, en quinto.

Según el estudio, Brasil y Chile son los países con un mayor número de universidades clasificadas de toda América Latina; del primero se incluyeron 52 universidades en la tabla, en comparación a 43 en 2018; y el segundo cuenta con 30 universidades, cuatro más que el año pasado. Argentina cuenta con una sola institución clasificada, la Universidad Austral, en el lugar 27, mientras que Cuba y Puerto Rico debutan este año en el ranking. México bajó su representatividad en comparación al año 2018, al pasar de 22 a 21 universidades clasificadas.

La UNESCO ante los rankings

En la Conferencia Mundial de Educación Superior de la UNESCO (Paris, 2009) se reconoció la necesidad de contar con procesos más transparentes respecto a las misiones y actuaciones de las instituciones de educación superior, (IES) y se asumió el reto de desarrollar procesos de evaluación que fomentaran una cultura de calidad en su seno. En aquella ocasión, los representantes de más de 70 universidades públicas y privadas de 15 países de la región apoyaron por unanimidad un acuerdo internacional sobre la “necesidad de incentivar procesos de evaluación, transparencia y rendición de cuentas, como parte de la responsabilidad social universitaria” (pág. 4).

En la publicación Las clasificaciones y la rendición de cuentas en la educación superior: Usos válidos y espurios (UNESCO, 2011), presentada en el foro mundial homólogo en 2011, se resalta que, gracias al surgimiento del Academic Ranking of World Universities (Universidad Jiao Tong, Shanghai, China, 2003) y al Times Higher Education World University Rankings (Londres, 2004), las clasificaciones cobraron importancia en el mundo académico. En algunos casos, han sido criticadas por sus limitaciones, por ejemplo, al considerar el peso que puede tener en un estudiante la influencia de un conferencista; la relación personal entre estudiantes como único indicador de evaluación de la calidad de la educación superior (ES); la cantidad y la calidad de las muestras obtenidas; la omisión de universidades e instituciones en las encuestas; y el riesgo de homogeneización de subsectores caracterizados por su diversidad, entre otras consideraciones (pág. 48). Sobre América Latina y el Caribe, “no consideran la totalidad de roles y de funciones de sus universidades, y el impacto social y cultural de las IES en la región” (pág. 139).

La publicación subraya igualmente la importancia de la neutralidad de la UNESCO en esta materia y señala que su objetivo primordial es la promoción del desarrollo responsable, la articulación transparente, la comunicación, la divulgación y el uso de los rankings de las universidades, partiendo del principio de que estas listas continuarán formando parte del paisaje de la educación superior (ES) del siglo XXI”. Es por ello que recomienda el uso de las categorizaciones como complemento de otras fuentes confiables en materia de ES, como es el Informe de la UNESCO para el Seguimiento de la Educación en el Mundo, entre otros».

En el ámbito regional, el Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (UNESCO-IESALC) realizó en el 2011 el informe “The position of Latin America and the Caribbean on Rankings in Higher Education”, para su presentación en el Foro Mundial de la UNESCO 2011. El informe valora los rankings como un punto de partida para la toma de decisiones argumentadas y basadas en el conocimiento de los sistemas de educación y en resultados cuantificables, pero también los considera una “manifestación inevitable de la globalización y comercialización de la educación superior” como respuesta a la necesidad de clasificar, ordenar y jerarquizar a las IES en un espacio que parece configurarse cada vez más como un mercado.

Otras limitaciones de los rankings a los que se refiere el informe del IESALC son, entre otras, la falta de claridad sobre los criterios de selección de las IES; el número limitado de indicadores para evaluar su calidad; la difusión de las decisiones institucionales por presión pública y no por proyectos institucionales claros; la realización de rankings por agentes que no pertenecen a las comunidades universitarias; y la desconsideración de las tradiciones académicas, la infraestructura, los objetivos, y el contexto institucional y social.

Por último, en 2018, una ulterior publicación del IESALC, insistió sobre las consideraciones previas, criticando los rankings por sus limitaciones metodológicas;, por su evaluación homogénea de las IES; por ignorar sus diferencias internas y porque pueden imponer indicadores arbitrarios basados principalmente en el desempeño científico o reputación de las instituciones, generando “un sesgo positivo hacia las instituciones con mayor prestigio, pues la tendencia es a premiar a las instituciones comprehensivas e intensivas en investigación”, (p. 36).

En definitiva, los rankings han venido para quedarse y, ante este hecho, las instituciones, las agencias de calidad y los decisores políticos deben esmerarse en contextualizar los resultados, evitando caer en la superficialidad, evitando que sean los rankings los que establezcan, directa o indirectamente, las direcciones que los procesos de mejora de la calidad deben emprender. Al mismo tiempo, deben comprometerse con una mayor transparencia de los resultados de la educación superior, desarrollando una perspectiva multiforme para la medida de la calidad de las instituciones, de la que los múltiples rankings, con sus distintos enfoques, no pueden ser considerados más que una pieza más de un engranaje inevitablemente complejo.

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